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En medio de su tristeza y sus andanzas,
    Jerusalén recuerda su antiguo esplendor.
Pero ahora ha caído en manos de su enemigo
    y no hay quien la ayude.
Su enemigo la derribó
    y se burlaba cuando ella caía.

Jerusalén ha pecado grandemente,
    por eso fue desechada como un trapo sucio.
Todos los que antes la honraban ahora la desprecian,
    porque vieron su desnudez y su humillación.
Lo único que puede hacer es gemir
    y taparse la cara.

Se deshonró a sí misma con inmoralidad
    y no pensó en su futuro.
Ahora yace en una zanja
    y no hay nadie que la saque.
«Señor, mira mi sufrimiento—gime—.
    El enemigo ha triunfado».

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